HISTORIA
NO HAY MALQUERIDA SI ES BIEN AMADA
“Ella siempre estaba callada,
soñando,
imaginando historias de encuentros y
desencuentros”
Su marido vivía para sus cosas, para su trabajo y la familia
la tenía como quien tiene una casa, un jarrón (aunque esté manida esta comparación).
Algo “suyo” para preocuparse en cierta medida, pero exactamente como una “posesión”
más.
La pasión parecía haberse desvanecido -pudiera decirse/pensarse
que es lo normal- y ella sentía que todo lo había perdido, aunque por otra
parte pensaba:
- Ø Esto es así. No hay nada más que
rascar. Estás han sido mis ambiciones y aquí tengo lo que quería. La familia,
el marido, los hijos (que
hubieran querido tener).
Pero ya parecía que todo estaba muy lejos. Los hijos (ficticios)
estaban muy lejos, fuera de casa con su vida ya encarrilada y en la que ellos
no encajaban (ni el padre, ni la madre).
El marido con sus noticias sesgadas, sus sellos, las monedas y
los recuerdos imaginarios de una “familia feliz”. Él era feliz, en realidad así
lo pensaba, lo creía. Tenía a su mujer, esos “hijos” ya fuera del nido y él con
sus casas y con sus cosas lo tenía todo, tal y como lo había “soñado”, tal y
como lo había buscado, lo que siempre fue su “ideal” de vida. Buscando siempre
el beneplácito de la madre, ya ausente.
A su mujer la veía “feliz”, ella jamás se quejaba (o se
quejaba demasiado, en silencio). De vez en cuando paseaban, un paseo en coche,
las visitas al médico, que eran pocas, pues en el fondo no querían saber. La casa en el campo, la casa en la playa… todo
parecía idílico. Todo entraba dentro de lo “esperado”.
La vida continuaba tranquilamente sin aspavientos. Pero ella
seguía ronroneando:
- Ø ¿Dónde estoy yo ahora?
- Ø ¿Cuáles son mis objetivos? ¿Cuáles mis
pretensiones?
- Ø ¿Una dulce o inquieta espera hasta el
final?
No dejaba de dar vueltas a estas cuestiones. Y lo que es peor
no se atrevía a ponerlas sobre el tapete:
- Ø ¡A estas alturas de mi vida! ¿vengo
ahora con éstas?
- Ø ¿Qué es lo que quiero conseguir?
- Ø ¿Acaso quiero que algo cambie?
¿se sentía querida? ¿se sentía amada?
Sí, ella estaba convencida de que se sentía querida, con un
significado más bien de sentirse necesaria para mantener esa armonía que tantos
años le había costado . Pero entonces se preguntaba:
- Ø ¿Dónde entraba el amor?
- Ø ¿Acaso había desaparecido?
- Ø ¿Acaso, acaso nunca existió?
Ella no sabía que contestarse, o ¿quizás si? Habían pasado tantos años desde
aquel primer encuentro que incluso le costaba recordar cómo eran aquellos
sentimientos, aquellas sensaciones que le hacían sentirse BIENAMADA.
Su memoria enmudecía y volvía a sus historias de encuentros y
desencuentros.
Jacinto Benavente en la Plaza de Galapagar
Ricardo León,
a las puertas de la Biblioteca de Galapagar
que lleva su nombre
fotos: Carmen Ausín Turnes